Tú opinas, yo opino, todos opinamos

07.11.2012 09:58

¿Demasiados columnistas o muy pocos periodistas en los medios colombianos? El autor aventura una respuesta.

 

 

Los grandes diarios del mundo tienen un número reducido de columnistas fijos (New York Times: 11; Telegraph: 36; Washington Post: 26), algunos contribuyentes casuales que escriben sobre temas especializados y un ejército de reporteros, editores y fotógrafos que conforman los equipos de investigación. Estos últimos son los que contribuyen a buscar, redactar y difundir las noticias. Son la columna vertebral de los periódicos.

En Colombia, y en especial en El Espectador, la estrategia va por otrolado. Tienen un batallón de columnistas que suma 109 plumas de todos los colores –todo un pavo real– y una guerrilla famélica de reporteros que apenas alcanza para cubrir una noticia por fuera del perímetro urbano. Todos organizados bajo el eslogan de que la opinión es noticia.
 
Las noticias son hechos, y para escribir sobre hechos se necesita salir del escritorio, entrevistar, buscar en archivos, viajar al monte. Las masacres, los combates en pueblos perdidos o los robos al erario, por ejemplo, son hechos. Hechos que necesitan ser contados y analizados de inmediato y no diez años después, como ocurrió con la masacre de Trujillo, que solo fue noticia después de un informe de la CNRR. La opinión puede ser útil y entretenida, pero los hechos son sagrados, o eso decía C. P. Scott, el legendario editor de The Guardian.
 
Sobre el tema escribí una nota apurada en mi blog, y recibí una veintena de comentarios con opiniones diferentes. Como ocurre en estas discusiones online, los argumentos de los comentaristas llevaron la discusión por vertientes inesperadas. La primera reacción de quienes participaron fue celebrar la multiplicación de columnistas, la diversidad de opiniones, y quejarse de los viejos tiempos en los cuales solo tenían columna Abdón, Lucy Nieto y los amigos de los Santos.
 
Claro, antes las páginas de opinión eran aburridas y estaban dominadas por una cofradía de ungidos por el dedo divino de los dueños del negocio. La proliferación de columnistas amplió la participación de nuevas voces, diversificó las “miradas” sobre la realidad y engordó las páginas editoriales. Pero ése no era el punto que tenía en mente; el punto era que la expansión de la opinión se estaba haciendo a costa de las secciones dedicadas al cubrimiento de las noticias.
 
Ernesto Martel es uno de los seudónimos que usa uno de los comentaristas asiduos de mi blog. Él abrió una veta nueva en el tema recordando que detrás de todo siempre hay una explicación económica: “El asunto no es tanto que la opinión sea fácil o difícil; el asunto, sencillamente, es que es un recurso muy barato. Es el caso deEl Espectador: atiborran sus páginas con columnas escritas por personas de variado pelambre, sin incurrir en mayores gastos. Sin embargo, rara vez hacen el mismo esfuerzo para ofrecer crónicas o reportajes de largo alcance, contando para ello con periodistas bien preparados y bien remunerados, porque eso sí vale plata”.
 
Es verdad: para maximizar utilidades, es lógico apuntarle a la opinión. Los lectores prefieren leer esta sección, y el batallón de columnistas es barato si se lo compara con el costo de mantener un equipo investigativo. Una buena columna de opinión podrá ser una obra de arte, pero no requiere muchos recursos financieros. Una crónica de largo aliento sobre una masacre, un crash financiero o una bienal de arquitectura, en cambio, necesita varios reporteros, viáticos, logística para investigar in situ y dinero para mitigar los riesgos de los investigadores (chalecos y cascos antibalas, por ejemplo).
 
El gerente financiero podrá dormir tranquilo embutiendo opinión en todo el diario con blogs, columnas, columnas online, columnas del lector, comunidades virtuales, y con ello reduce costos en las secciones que poco le interesan a la mayoría de los lectores. Su trabajo es ése: reducir los costos y aumentar las utilidades.
 
Sin embargo, es posible crear valor para la compañía sin destruir la investigación periodística. Al fin y al cabo, los lectores prefieren la opinión porque explica, interpreta, persuade y entretiene con una escritura original. Si las destrezas narrativas de algunos de los buenos columnistas se aplicaran al cubrimiento de hechos o a investigaciones de largo aliento, no habría necesidad de saturar los periódicos con tanta opinión.
 
Otro punto que debería tener en cuenta el gerente es que, al contrario de lo que ocurre con las investigaciones periodísticas, conseguir opinadores para rellenar espacio es fácil. Hoy, El Tiempo mantiene 64columnistas fijos, 122 blogueros y cerca de 100 columnistas ocasionales al mes; en una edición reciente, la revista Semana le dedicó 12.419 palabras –cerca de 18 páginas– a la opinión (incluyendo la opinión on line), y en los otros medios escritos el número de columnistas es abundante. El problema es que la proliferación de opinión no ha ido de la mano con un aumento su calidad. Y la baja calidad termina destruyendo valor para la compañía.
 
La calidad declina por la falta de controles sobre lo que se publica. En nuestro medio, la opinión no se toca. Bajo el pretexto de la frescura o la libertad de expresión, se publican columnas insulsas o simplemente mediocres. Las columnas del New York Times son tan carnosas porque están escritas por buenos columnistas, pero también en algunos casos porque el periódico tiene un editor especializado en el género de opinión. Ese editor vela por la calidad de la sección señalando temas, enfoques y fuentes. Su trabajo no consiste –como lo piensan muchos– en limitar las ideas o censurar las opiniones para que sean acordes con la línea política del periódico.
 
Una buena combinación para administrar la sección de opinión –aplicada por diarios extranjeros– consiste en mantener un número pequeño de columnistas ilustres y un porcentaje variable de contribuyentes ocasionales asesorados y seleccionados por un editor de opinión. Este esquema permite oxigenar la sección y premiar con columnas fijas a los maestros del oficio. Por el contrario, la táctica de tener muchos columnistas fijos, ni renueva la opinión –todos son fijos–, ni premia ni promueve la obra de los buenos columnistas.
 
Como dijera Mies van der Rohe: menos es más.
 
Alejandro Pelaez